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JUAN CRISTOBAL


En la obra de Romain Rollan " Juan Cristóbal" encuentro este interesante dialogo que mantienen dos personajes: Aquiles y Roussin.

Aquiles pregunta:

- ¿Cómo pueden tener ustedes a semejantes hombres a su lado?

Roussin respondió

- ¡Tiene tanto talento! Además trabaja para nosotros, pues destruye todo lo antiguo.

Ya lo creo que destruye- respondió Roussin- . Destruye de tal manera que no sé con qué podrán ustedes reconstruir. ¿Están muy seguros de que quedará suficiente madera para la casa nueva?

En pleno siglo XXI las cosas no han cambiado prácticamente nada. Los periódicos están llenos de esos hombrecillos de letras, de los del arte por el arte, anarquistas de lujo que se han apoderado de todas las avenidas que podían conducir al éxito. Cierran el paso a los demás y llenan los periódicos con un diletantismo decadente.

No se contentan con empleos: necesitan gloria.

En ninguna época se había visto erigir tantas estatuas de prisa y corriendo, ni tanto discursos ante esos genios de yeso.

Lo más cómico son los banquetes ofrecidos periódicamente a uno de los grandes hombres de la cofradía. A ellos asisten superhombres, metecos, ministros; todos de acuerdo para celebrar la concesión de algún galardón al uso.

Todo un concierto de fantasmagoría y vanidades que repelen a cualquier persona decente y normal.

Bajo la capa pluvial de la voluntad popular, han aparecido en escena un elenco de actores que, desconocedores del papel que deben interpretar, han optado por destruir el escenario.

En ese afán destructivo nada se salva: Patria, Religión, Costumbres centenarias; hasta la misma Historia pretenden cambiar.

¿Por qué razón quieren vaciar a toda una sociedad de los valores que la identifican como grupo social cohesionado? Estoy convencido que ni ellos mismo lo saben.

Cuando no quede nada por destruir; cuando quinientos años de Historia como País queden reducidos a la nada; ¿qué harán? No lo sé; pro, es posible que como al personaje de "Juan Cristóbal", no les quede madera para hacer una casa nueva.

Siendo esto desastroso, más grave es el hecho de que cuarenta y siete millones de españoles asistimos impertérritos, sin inmutarnos, cuando no aplaudiendo, al espectáculo de nuestra propia destrucción.


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